1.2 El amansamiento
Cuando recibes en tu hogar una caja de MRW o cuando te diriges cargado de ilusión a casa de un criador, probablemente de alguna ciudad lejana, es un momento de gran ilusión, el primero de tantos que van a jalonar nuestra experiencia en este apasionante mundo de la cetrería o del simple (aunque difícil) adiestramiento del ave de presa.
Si el esperado amigo llega a tu casa a través de mensajería (digo amigo y no amiga: siempre mejor un macho que una prima) vendrá en una caja acondicionada para ello, en completa oscuridad y sumamente asustado. Tú ya habrás preparado su muda o lugar donde piensas tenerlo. Probablemente adquiriste una percha donde pasará la mayor parte del tiempo, un recipiente para sus baños diarios y todos los aperos necesarios para el manejo del pájaro: guante (lua), lonja, pihuelas, caperuza, muñequeras para los tarsos quizás. Por supuesto provisión de comida en abundancia y adecuada para su correcta alimentación (pollitos o ratones congelados) no es cosa de alimentarlo con despojos de carnicería que no poseen los nutrientes necesarios para su correcto desarrollo y que al no disponer de piel, plumas o huesos, evitan la tan necesaria formación de la bola, pelota o egagrópila que nuestro amigo vomitará cada día.
Al abrir la caja veras un demonio emplumado que te mirará con cara de terror. Es hora de armarse de valor y provisto del guante o de cualquier protección agarrarlo y encaperuzarlo para que se tranquilice. Una vez provisto de sus pihuelas, tornillo, lonja etc, será momento de dejarlo descansar en su muda, no debemos someterlo a más estrés. Pese a la impaciencia que sentirás, espera unos días a que el ave se relaje y vaya conociendo el que será su nuevo hogar. En unos días comenzará la primera de las fases del adiestramiento: El amansamiento y desvele.
En tiempos pretéritos "el desvele" era imprescindible a la hora de dominar la voluntad de huir y dulcificar el carácter del pájaro. Hoy en día y más aún con un ave como el águila de harris no es necesario, pero yo lo recomiendo. Es una experiencia inolvidable que nos hará sentir como el caballero del medievo, que copa de vino en mano y azor en el guante, pasaba la noche frente a alguna tenue fuente de luz, quizás una vela o candil, observando a su amigo y este a su vez empezando a sentir la presencia del que será su compañero más cercano.
El día que decidas, al llegar a casa, al anochecer coges tu guante y tu pájaro, te sientas (si así lo deseas) frente al televisor y agarrándolo fuertemente de las pihuelas le quitas la caperuza. Previamente habrás cogido un trozo de hueso con algo de carne que sujetarás en el mismo guante. Al principio la desconfianza será mutua, poco a poco tu amigo se irá relajando, empezará a picotear el trozo de carne y tú a sentir esa felicidad que solo se siente la primera vez. Tras un tiempo, quizás horas, podrás tocarle los tarsos para que se habitúe al contacto de tus manos. No es cosa de acariciarlo como un gatito, recordemos que no es un mamífero y que no añora los suaves lametones de su madre. Ya más adelante seguro que se dejará tocar, aunque no soy muy partidario de manosear mucho al pájaro.
Tras esta primera noche, cumplida la primera fase, un gran paso se ha dado en el largo camino emprendido y que con no pocos obstáculos nos llevará al primer vuelo en libertad y hasta la primera pieza cobrada.